Ideas anti zurdos, un espacio para defender la libertad.

jueves, 8 de mayo de 2025

El dios que fracasó: la utopía se volvió tiranía.


¿Qué pasa cuando los sueños de justicia terminan en pesadilla? Esta es la pregunta central que atraviesa El dios que fracasó, un libro escrito por intelectuales que, en su juventud, abrazaron con esperanza el comunismo... y terminaron huyendo de él, desilusionados y marcados por la represión que presenciaron.

Los autores —entre ellos André Gide, Arthur Koestler e Ignazio Silone— no eran ajenos a la causa: creyeron que el comunismo traería igualdad, libertad y dignidad para todos, algo que en estos tiempos sigue vigente entre jóvenes captados y manipulados por viejos comunistas. Pero lo que encontraron fue otra cosa: dictaduras, censura, campos de trabajo forzado y millones de víctimas. Fue como despertar de una fe religiosa, sólo que la de ellos no tenía cielo, sino gulags.

¿Por qué este libro importa hoy?

Porque, aunque suene increíble, muchas personas —políticos, profesores, incluso algunos jóvenes— todavía defienden esa vieja promesa rota de la igualdad y el fin de los ricos. Dicen que el comunismo “nunca se ha aplicado bien”, y miran con nostalgia a modelos como Cuba, ignorando el sufrimiento real de millones de personas bajo esos regímenes.

Es como si el experimento fallido no bastara. Como si, ante las pruebas más evidentes, aún se buscara justificar lo injustificable. Y esto no es solo ingenuo, es también peligroso y hasta cierto punto demencial. Porque romantizar la opresión, aunque venga disfrazada de justicia social, siempre termina costando vidas.

Dostoievski ya lo vio venir

En Los hermanos Karamázov, el escritor ruso Fiódor Dostoievski cuenta la historia del Gran Inquisidor, un personaje que encarna una idea inquietante: que los seres humanos, por miedo a la libertad, prefieren obedecer a quien les prometa pan y orden. El comunismo, según los autores del libro, cayó exactamente en esa trampa: ofrecer seguridad a cambio de sumisión.

Lo que empezó como una revolución para liberar al ser humano terminó por aplastarlo, creando un Estado que lo controlaba todo: lo que comía, lo que pensaba, incluso lo que creía.

¿El problema? No es solo político, es humano

Las utopías igualitarias, según este libro, parten de una idea equivocada: que todos los humanos pueden y deben ser iguales en todo. Pero eso no es real. Somos complejos, únicos, impredecibles. Tratar de encajar a todos en el mismo molde solo lleva al fracaso… y muchas veces, al horror.

Por eso El dios que fracasó no es solo una crítica política, es también una reflexión profunda sobre la libertad, la dignidad humana y los peligros de creer en salvadores colectivos.

Y tú, ¿en qué crees?

En tiempos donde abundan los discursos radicales y las soluciones mágicas con líderes Mesiánicos como Hugo Chávez en Venezuela, este libro nos invita a pensar. A dudar. A no caer en la trampa de las promesas que suenan bonitas pero esconden cadenas. A entender que el verdadero cambio no viene de un Estado todopoderoso, sino de personas libres que deciden transformar su vida y su entorno desde abajo.

Porque la verdadera revolución —la que sí cambia al mundo— empieza por dentro.

¿Te atreves a cuestionar los dogmas? Sigue el blog y sigamos explorando las ideas que nos ayudan a pensar con libertad.


Enlaces a páginas web en los que puedes adquirir el libro

https://www.buscalibre.ec/libro-el-dios-que-fracaso/9788412115239/p/55747867

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sábado, 3 de mayo de 2025

El Código Laboral del Ecuador: una camisa de fuerza en pleno siglo XXI


En Ecuador, hablar del Código del Trabajo es como abrir un libro de historia que se niega a ser actualizado. Mientras el mundo laboral cambia a ritmos acelerados (con la expansión del teletrabajo, las plataformas digitales, el empleo por proyecto o por horas) nuestra legislación sigue anclada en una lógica de fábrica del siglo pasado, con rigideces que lejos de proteger al trabajador, lo empujan a la informalidad.

El Código ecuatoriano tiene elementos que, en su momento, representaron avances importantes: la irrenunciabilidad de derechos, la estabilidad relativa del empleo, la jornada máxima, entre otros. Pero lo que una vez fue progreso, hoy se ha convertido en un obstáculo estructural. El mayor problema no es que proteja, sino que impone una única forma de entender el trabajo: contrato a tiempo completo, jornada rígida, afiliación obligatoria al IESS bajo esquemas únicos, y costos fijos sin proporcionalidad. Y esto, en un país donde la informalidad es la forma predominante de inserción laboral, representa un contrasentido.

El Código prohíbe contratar por horas, incluso cuando el trabajo parcial es la única posibilidad para ciertos sectores productivos o perfiles de trabajadores: estudiantes, madres solteras, adultos mayores, o personas que buscan complementar ingresos. Esta negativa no tiene sustento técnico ni ético: ¿por qué obligar a una persona a estar fuera del sistema formal simplemente porque no puede o no desea trabajar ocho horas al día? El resultado es un modelo binario: o entras completo al mercado formal (si puedes pagar el costo), o te quedas fuera.

Otro punto crítico es la afiliación obligatoria al IESS con cargas rígidas, que termina elevando los costos laborales incluso para trabajos de baja intensidad o corto plazo. Esto desincentiva la contratación, especialmente entre microempresas y emprendedores, que no tienen márgenes para sostener estas obligaciones. El Código asume que toda relación laboral debe tener el mismo peso institucional, sin considerar escalas, temporalidades ni realidades sectoriales.

Esta visión estatista del trabajo, que concentra todas las responsabilidades en el empleador sin ofrecer vías intermedias, ha llevado al país a cifras alarmantes. Según el INEC (Primicias, enero 2025), el 56% de los trabajadores se encuentra en la informalidad, una cifra récord desde 2021. Pero el problema no se agota ahí: este sistema ha creado una economía dual, donde los trabajadores formales (una minoría) tienen acceso a derechos, mientras que la mayoría trabaja sin cobertura, sin estabilidad, y con ingresos fluctuantes, no porque lo elijan, sino porque el sistema no les ofrece otra salida.

Y si el argumento es que flexibilizar la legislación genera precarización, basta mirar a los países con mejores resultados laborales: Dinamarca, Finlandia, Nueva Zelanda, Noruega y Suecia. Allí, la flexibilidad va de la mano con derechos efectivos, seguros de desempleo, formación continua y libertad de contratación. La flexiseguridad, como se conoce a este modelo, parte del principio de que un mercado laboral saludable es aquel donde se puede contratar fácilmente, pero también transitar sin temor entre empleos, con el respaldo del Estado.

El Ecuador necesita, con urgencia, una reforma laboral integral, inteligente y sin dogmas. No se trata de eliminar derechos, sino de reconocer que la libertad de contratar también es un derecho. Un código que impide formas modernas de empleo, que castiga al pequeño empleador, que encarece la contratación, y que asume que todos los trabajadores deben ser tratados con el mismo molde, no está protegiendo a nadie. Está paralizando la economía.

El trabajo ha cambiado. El mundo ha cambiado. Solo el Código se niega a cambiar. Y mientras eso ocurra, seguirán creciendo la informalidad, la frustración y la desconfianza. Es hora de una legislación que confíe en el ciudadano, que deje de criminalizar al empleador, y que entienda que el desarrollo económico requiere libertad con responsabilidad, no rigidez con discurso social.


Por: Econ. Luis Cedillo-Chalaco, MSc. 

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Constituciones de papel: el espejismo jurídico de América Latina

 


En América Latina, cambiar la Constitución se ha convertido en un ejercicio recurrente, casi ritual, con el que muchos líderes políticos pretenden inaugurar una “nueva era” de justicia social, desarrollo y equidad. Sin embargo, este frenesí constitucionalista ha servido más como un placebo político que como una solución estructural a los graves problemas económicos, institucionales y sociales de la región.

Desde el siglo XIX, América Latina ha producido más de 200 constituciones, una cifra alarmante si se compara con países como Estados Unidos, cuya Constitución de 1787 —con menos de 8.000 palabras— sigue vigente con apenas 27 enmiendas. En contraste, Bolivia ha tenido 17 constituciones desde su independencia; Ecuador, 20; República Dominicana, 39 reformas constitucionales desde 1844. La pregunta obligatoria es: ¿sirve de algo tener una nueva constitución si las reglas no se cumplen, las instituciones no se respetan y el poder sigue concentrado?

El fetichismo constitucional

El problema no es la Constitución en sí misma. Toda sociedad necesita un marco normativo que establezca derechos, deberes y límites al poder. El verdadero problema radica en la visión cuasi mística que se ha tejido en torno a ella, como si un nuevo texto legal fuera capaz de refundar las sociedades desde cero. La Constitución se convierte así en una promesa de redención, en un símbolo de esperanza nacional, que muchas veces oculta intenciones autoritarias o populistas.

En palabras de Juan Carlos Eichholz, experto en cambio adaptativo, “el cambio estructural rara vez viene de un cambio normativo; los comportamientos, las prácticas y las relaciones de poder son mucho más determinantes”. Cambiar la Constitución sin transformar el modelo de gestión pública, sin garantizar seguridad jurídica, sin combatir el clientelismo o sin respetar la división de poderes, es como cambiar el manual de instrucciones de un vehículo averiado sin reparar el motor.

La crítica liberal: menos es más

El pensamiento liberal clásico no es contrario a las constituciones. De hecho, figuras como Friedrich Hayek o Ludwig von Mises las consideraban necesarias, pero como marcos que limitan al Estado, no como instrumentos de ingeniería social. El liberalismo ve con recelo las constituciones extensas, maximalistas y programáticas, que se arrogan la tarea de definir el rumbo moral, económico y cultural de una nación.

El austríaco von Mises advertía: “El mayor enemigo de la libertad no es el dictador, sino la falsa creencia de que el Estado puede resolver todos los problemas”. Cuando las constituciones dejan de ser instrumentos para restringir el poder y se convierten en manifiestos ideológicos, el resultado suele ser el autoritarismo disfrazado de legalidad.

En la misma línea, James Buchanan, Premio Nobel de Economía, sostenía que las constituciones deben establecer reglas del juego claras y permanentes, pero no deben entrometerse en las decisiones económicas que deben surgir del proceso de mercado y no de la planificación estatal. En América Latina, este principio se ha invertido: las constituciones detallan lo que se debe producir, cómo distribuirlo y quién debe beneficiarse, pero poco dicen sobre cómo preservar la libertad económica o proteger al individuo del poder arbitrario.

El fracaso de las constituciones sobredimensionadas

Los casos de Venezuela, Bolivia y Ecuador durante los gobiernos de Hugo Chávez, Evo Morales y Rafael Correa, respectivamente, son ilustrativos. En los tres países, nuevas constituciones fueron aprobadas con discursos refundacionales. Se prometió acabar con la corrupción, redistribuir la riqueza y garantizar derechos para todos. Sin embargo, en la práctica, se consolidaron regímenes hiperpresidencialistas, se debilitaron las cortes, se persiguió a la oposición y se desmanteló la institucionalidad democrática.

¿La culpa fue de la Constitución? No exclusivamente. Pero sí fueron el vehículo legal para concentrar el poder, perpetuar mandatos y erosionar las libertades.

Incluso en países como Chile, que inició recientemente un proceso constitucional con pretensiones progresistas, se ha observado que los cambios en el texto legal no generan por sí mismos un consenso social, ni aumentan la productividad, ni reducen la pobreza. La constitución puede ser el mapa, pero no el territorio.

La verdadera transformación: cultura cívica e instituciones

El liberalismo propone una visión más sobria, menos mesiánica. No se trata de escribir nuevas constituciones cada vez que hay un desencanto político, sino de consolidar instituciones sólidas, garantizar la independencia judicial, fortalecer la propiedad privada, fomentar la libertad de prensa y reducir el intervencionismo estatal. Todo esto requiere más cultura cívica que retórica constitucional.

En palabras de Hayek: “El espíritu de la libertad no depende de las palabras que están en un documento, sino del carácter de los ciudadanos que están dispuestos a defenderla”.

América Latina no necesita más constituciones, necesita más respeto a las reglas, más rendición de cuentas y menos caudillos refundadores. Lo que verdaderamente transforma una sociedad no es una nueva Carta Magna, sino una ciudadanía vigilante y una clase política que entienda que gobernar es administrar con límites, no soñar con utopías.

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martes, 29 de abril de 2025

Streaming Wars: Economía de la Competencia en el Entretenimiento

 


La Guerra del Streaming: Competencia, Audiencias y Economía del Entretenimiento

En la última década, el mercado del entretenimiento ha experimentado una transformación radical. Las grandes cadenas televisivas han cedido terreno frente a plataformas digitales como Netflix, Disney+, Amazon Prime Video, HBO Max y, más recientemente, Apple TV+ o Paramount+. Este cambio no es solo tecnológico; es fundamentalmente económico. La industria del streaming ha creado un nuevo campo de batalla donde las empresas compiten ferozmente por un recurso escaso y valiosísimo: la atención del espectador.

El streaming como mercado competitivo

Desde una perspectiva económica, el streaming representa un mercado en competencia monopolística. Aunque cada empresa ofrece productos diferenciados (contenido exclusivo, experiencias de usuario distintas, catálogos variados), todas compiten por el mismo público objetivo. La diferencia clave frente a un mercado perfectamente competitivo es la capacidad de cada plataforma de generar lealtad mediante marcas fuertes, contenido original y barreras de salida (como las suscripciones anuales o el miedo a perder series favoritas).

Lo que está en juego es más que simples suscriptores: se trata de participación de mercado, tiempo promedio de visualización y, sobre todo, datos del usuario. En el fondo, cada minuto que pasas viendo Netflix y no YouTube representa una victoria económica y estratégica para una empresa y una pérdida para otra.

Estrategias de competitividad

1. Producción de contenido original

Netflix marcó el camino con producciones como House of Cards y Stranger Things. Hoy, cada empresa de streaming invierte miles de millones de dólares anualmente en contenido propio. ¿Por qué? Porque el contenido exclusivo fideliza al usuario, disminuye la rotación (churn) y permite justificar precios más altos.

En términos de competencia, esto refleja una estrategia de diferenciación, donde cada firma intenta ofrecer un producto no sustituible fácilmente. Disney+ apuesta por la nostalgia y sus franquicias (Marvel, Star Wars), mientras Apple TV+ compite con calidad cinematográfica y actores de renombre.

2. Precios y planes variables

Al igual que en otros mercados, el precio sigue siendo una variable competitiva clave. Algunas plataformas optan por mantener precios bajos para atraer usuarios (como Prime Video, que se incluye en el servicio de Amazon Prime), mientras otras crean planes escalonados, incluyendo opciones con anuncios para usuarios más sensibles al precio.

Aquí se manifiesta una forma clásica de segmentación del mercado, donde cada nivel de ingreso o preferencia encuentra una opción que se ajusta a su disposición a pagar. En el fondo, se trata de maximizar los ingresos sin perder audiencia.

3. Expansión internacional

El crecimiento del mercado ha llevado a una verdadera carrera por la globalización. Plataformas que antes se centraban en el mercado estadounidense ahora compiten por mercados emergentes como India, América Latina o África. Esto exige adaptar el contenido localmente, doblar idiomas, y entender los patrones culturales de consumo.

Esta expansión responde a un principio básico de economía: cuando el mercado interno se satura, la única forma de seguir creciendo es capturar demanda externa. Y en muchos casos, los márgenes de ganancia son mayores en estos nuevos mercados.

4. Inversión en tecnología y experiencia de usuario

Una interfaz intuitiva, recomendaciones personalizadas mediante algoritmos, reproducción sin interrupciones: todo esto forma parte de la inversión en experiencia del consumidor. Las empresas saben que, aunque el contenido es clave, la comodidad y facilidad de acceso también son factores decisivos en la elección de una plataforma.

Este tipo de inversión genera ventajas competitivas dinámicas, difíciles de replicar de forma inmediata por los competidores.

¿Quién gana en este mercado?

Desde la teoría económica, en los mercados con alta competencia, los beneficios tienden a normalizarse. Sin embargo, en el mundo del streaming, existen rendimientos crecientes: mientras más usuarios tienes, más puedes invertir en contenido, y más difícil es para los nuevos jugadores entrar en la competencia. Este fenómeno se llama efecto de red y explica por qué plataformas como Netflix o Disney+ logran mantener posiciones dominantes.

Pero no todo es color de rosa. Las pérdidas acumuladas de algunas plataformas demuestran que, pese al crecimiento, la rentabilidad aún es un reto. Muchas compañías han adoptado una lógica de “crecimiento a toda costa”, con la esperanza de consolidar su posición antes de pensar en beneficios sostenidos.

Implicaciones económicas más amplias

El auge del streaming también ha alterado la estructura del trabajo en la industria audiovisual. Guionistas, actores y técnicos ahora negocian contratos diferentes, las regalías han cambiado, y la huelga de escritores de 2023 mostró que el nuevo modelo económico todavía tiene fricciones no resueltas.

Además, el streaming ha cambiado la forma de consumir: maratonear series, evitar anuncios, personalizar contenidos. Esto transforma los patrones culturales y la economía del tiempo libre, uno de los activos más codiciados del siglo XXI.

La industria del streaming es un campo fascinante para observar cómo opera la competencia en la economía contemporánea. Es una batalla de creatividad, datos, tecnología y estrategias comerciales. Las empresas luchan por una audiencia que cada vez tiene más opciones y menos paciencia. En este juego, la innovación, la adaptación y la eficiencia son las claves para sobrevivir.

Crees que es posible competir contra estas plataformas, qué elementos innovadores deben diseñar? Deja tus comentarios y comparte este blog

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sábado, 26 de abril de 2025

Gasolina subsidiada, Estado endeudado: ¿hasta cuándo pagaremos por el populismo?


Durante años, Ecuador ha preferido engañarse: creer que mantener la gasolina barata es sinónimo de justicia social. Sin embargo, cada galón subsidiado no es un acto de solidaridad, sino una pesada hipoteca sobre el futuro económico del país. Lo que parece un pequeño ahorro en el surtidor es, en realidad, un costo inmenso que pagamos cada uno de los ciudadanos, pero sobre todo los más pobres, a quienes se les niega un mejor acceso a salud, educación y seguridad.

Hoy, el Estado ecuatoriano subsidia cada galón de gasolina Extra con 13,7 centavos y de Ecopaís con 26,9 centavos (1). Aunque el esquema de bandas de precios intenta amortiguar este gasto, los subsidios siguen drenando recursos que podrían ser invertidos en sectores que generan verdadero progreso. Mientras tanto, se benefician principalmente los grupos de mayores ingresos, los mismos que consumen más combustible y que no necesitan este supuesto “apoyo”(2).

El Banco Central del Ecuador ha sido claro: el gasto en subsidios de combustibles no solo afecta las finanzas públicas, sino que perpetúa la inequidad social y frena la transición hacia una matriz energética más limpia (3). Persistir en esta política es como intentar tapar una hemorragia con una curita: momentáneamente se disimula el problema, pero se agrava la enfermedad estructural conforme se siguen financiando los subsidios.

Peor aún, estudios históricos revelan que entre 1989 y 2016 Ecuador gastó más de USD 40.000 millones en subsidios a combustibles (4). ¿El resultado? No fue una revolución educativa ni sanitaria, sino un sistema de transporte ineficiente, una economía débilmente competitiva y una matriz energética dependiente del petróleo. El supuesto beneficio social terminó siendo una ruina financiera que limita nuestra capacidad de crecer y mejorar.

El mito de la gasolina barata se cae cuando vemos los verdaderos números. Subsidios regresivos, contrabando de combustibles hacia países vecinos, corrupción, y un Estado incapaz de financiar adecuadamente su propia estructura básica. Mientras los países vecinos corrigen sus sistemas de precios, Ecuador sigue anclado a la política fácil, a la comodidad de no enfrentar el costo político de una reforma necesaria.

El liberalismo económico enseña una verdad dura pero indispensable: los recursos son escasos, y subsidiar el consumo irracional no es solidaridad, es irresponsabilidad. El dinero de los contribuyentes no debe financiar la gasolina del que puede pagarla, sino abrir escuelas, hospitales y oportunidades. Subsidios focalizados para el transporte público o ayudas directos para los más pobres, sí. Gasolina barata para todos, no.

Es hora de abandonar la ilusión de que la gasolina barata es un derecho. No lo es. Es un privilegio costoso que pagamos con pobreza estructural y atraso. El verdadero país que deberíamos construir no es el que ofrece gasolina barata, sino el que ofrece oportunidades reales de progreso.

Y para lograrlo, hay que tener el coraje de enfrentar la verdad que muchos prefieren callar.


Por: Econ. Luis Cedillo-Chalaco, MSc. 


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Fuentes:

(1) Primicias (14 de abril de 2025). Las gasolinas Extra y Ecopaís tendrán subsidio del Estado en abril de 2025. Disponible en: https://www.primicias.ec/economia/gasolinas-extra-ecopais-subsidio-estado-precios-93986/.

(2) Banco Central del Ecuador (2025). Nuevo esquema de precios y compensación a grupos vulnerables. Disponible en: https://www.bce.fin.ec/nuevo-esquema-de-precios-para-las-gasolinas-y-compensacion-a-grupos-vulnerables-un-paso-necesario-hacia-la-mejora-medioambiental-fiscal-y-social/

(3) Informe Técnico Presupuesto Prorrogado 2025 (MEF). Ministerio de Economía y Finanzas del Ecuador. Disponible en: https://www.finanzas.gob.ec/wp-content/uploads/downloads/2025/01/informe_t%E2%80%9Acnico_prorrogado_2025_vf.pdf

(4) Becerra, R. (2016). Cuantificación de los subsidios de derivados del petróleo en Ecuador. Boletín "Petróleo al Día", Volumen 4, p. 25-33. 

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viernes, 25 de abril de 2025

El populismo y la destrucción de la seguridad social en América Latina (qué hacer desde la libertad)

 

La seguridad social fue concebida como un pilar de bienestar para los trabajadores. Sin embargo, en buena parte de América Latina ha degenerado en un sistema ineficiente, politizado y financieramente insostenible. ¿El resultado? Pensiones bajas, falta de cobertura real y una juventud que desconfía del sistema. Detrás de este colapso hay una causa común: la gestión estatal sin control ni responsabilidad.

Argentina: más beneficiarios, menos aportes

Uno de los casos más ilustrativos es el de Argentina. En 2008, el gobierno eliminó el sistema de capitalización individual y estatizó los fondos de las AFJP (Administradoras de Fondos de Jubilaciones y Pensiones). En 2014, con fines electorales, se amplió la cobertura del sistema previsional incorporando a más de 2 millones de nuevos jubilados, muchos de los cuales nunca habían aportado al sistema o lo habían hecho de forma mínima. Esto provocó un aumento desproporcionado del gasto previsional, deteriorando aún más las finanzas públicas. Hoy, el 90% de los jubilados en Argentina cobra la jubilación mínima, y el sistema sigue dependiendo de transferencias del Tesoro.

Ecuador y el uso político del IESS

En Ecuador, el IESS sufre un deterioro constante. El Estado ha utilizado los fondos de pensiones para financiar gasto público, sin la debida restitución. La deuda estatal con el IESS supera los USD 20 mil millones. Mientras tanto, los jubilados reciben pensiones que muchas veces no cubren ni el costo de la canasta básica. Los jóvenes cotizantes, por su parte, desconfían del sistema y temen no recibir nada a futuro.

Perú: ¿un sistema más libre?

En el caso peruano, se ha mantenido un modelo mixto donde coexisten el sistema público (ONP) y el privado (AFP). Quienes cotizan en las AFP tienen cuentas individuales y propiedad sobre sus fondos, aunque el sistema no está exento de críticas. Muchos trabajadores informales no cotizan, y algunos reclamos giran en torno a las comisiones o la libertad para retirar los fondos. Aun así, los rendimientos acumulados históricamente han sido superiores a los del sistema público, y hay una sensación mayor de autonomía entre los cotizantes.

¿Qué propone el liberalismo?

Desde una visión liberal, la solución no es más Estado, sino más libertad y responsabilidad individual. El modelo ideal debe basarse en:

  • Propiedad privada del fondo: que el ahorro previsional sea intocable por parte del Estado.

  • Capitalización individual: el trabajador aporta a su propia cuenta y la ve crecer.

  • Libre elección del administrador: que compitan en eficiencia y transparencia.

  • Protección subsidiaria: el Estado solo debe asistir a quienes realmente no puedan ahorrar.

El sistema chileno, en su forma original, encarnó esa propuesta y fue referente internacional por décadas. A pesar de los cuestionamientos recientes, los datos demostraron que permitió generar más recursos para los trabajadores que los sistemas de reparto.

El mundo vuelve a mirar la capitalización

Curiosamente, mientras en algunos países latinoamericanos se cuestionan los sistemas privados, en otras regiones del mundo se vuelve a discutir seriamente la capitalización individual. En Europa del Este, por ejemplo, países como Estonia, Letonia y Eslovaquia han reformado sus sistemas previsionales para dar mayor peso al ahorro individual. Incluso organismos multilaterales como el BID y el Banco Mundial han comenzado a sugerir sistemas híbridos que combinen capitalización y solidaridad, con énfasis en la sostenibilidad financiera y la autonomía del trabajador.

El fracaso de la seguridad social estatal en América Latina tiene responsables claros: el populismo previsional, la irresponsabilidad fiscal y la falta de visión a largo plazo. La solución no pasa por seguir ampliando beneficios sin respaldo financiero, sino por devolverle al trabajador el control sobre su futuro.

La libertad de elegir cómo y con quién ahorrar, la transparencia en la gestión y el respeto al esfuerzo individual deben ser los pilares de una nueva seguridad social. Porque solo desde la libertad nace un sistema realmente justo, sostenible y digno.

¿Vas a seguir dejando tu futuro en manos del Estado o prefieres tomar el control de tu pensión? Deja tu comentario y sigue este blog.
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jueves, 24 de abril de 2025

JOMO y Liberalismo: La Alegría de Ser Libre

 


En estos tiempos donde la hiperconectividad impone sus ritmos, y las redes sociales dictan qué es lo deseable, qué se debe sentir y qué no perderse, emerge entre los jóvenes una tendencia refrescante: el JOMO, o Joy of Missing Out (la alegría de perderse algo). Este fenómeno representa un giro cultural profundo, una reivindicación del espacio personal, del silencio elegido, y del bienestar basado en decisiones propias, no impuestas por la mayoría.

Lejos de ser un simple acto de desconexión digital, el JOMO es una expresión contemporánea de un ideal netamente liberal: la libertad de ser y decidir sin presión del entorno. Frente al FOMO (Fear of Missing Out), que nace del miedo a quedar excluido del bullicio social, el JOMO propone la soberanía del individuo sobre su tiempo, su atención y su bienestar emocional.

¿Qué es JOMO y por qué conecta con el pensamiento liberal?

El JOMO, como actitud, no busca renunciar al mundo, sino resignificarlo desde el individuo. Implica decir "no" a las imposiciones culturales de estar siempre presente, siempre activo, siempre entretenido. Es elegir leer un libro en vez de asistir a una fiesta que no motiva. Es apagar el teléfono para caminar solo por el parque. Es preferir pensar antes que reaccionar.

Desde la teoría liberal, esto se conecta con dos pilares:

  1. La libertad negativa (Isaiah Berlin): la ausencia de coacción. En el JOMO, el joven no huye de la sociedad, simplemente no se siente obligado a seguirla.

  2. La autodeterminación individual (John Stuart Mill): la posibilidad de definir el propio proyecto de vida. Si Mill defendía el derecho del individuo a ser excéntrico, siempre que no dañara a otros, el JOMO actualiza esa idea en clave digital.

Un acto de resistencia frente al colectivismo emocional

Vivimos una época donde la validación social es casi una moneda emocional. Las redes sociales han normalizado un sistema de “observación mutua constante”, como ya anticipaba Tocqueville al describir los peligros del igualitarismo y la presión del juicio público en las democracias modernas.

El JOMO aparece entonces como una forma de resistencia liberal frente a un nuevo tipo de tiranía: la tiranía del algoritmo, del “me gusta”, del trending topic. Quien practica JOMO decide que su vida no debe girar en torno a lo que los demás valoran, sino en lo que a él mismo le da sentido.

El individuo como centro, no como engranaje

Ejemplos no faltan. Pensemos en una estudiante universitaria que, tras años de ansiedad por no “perderse nada”, opta por dedicar sus fines de semana a pintar y meditar, ignorando las historias de Instagram. Su decisión no es pasiva: es un acto profundamente activo de libertad.

O en el joven emprendedor que, en lugar de seguir el tren de vida corporativo, decide mudarse a una comunidad rural, trabajar remotamente y vivir según sus propios ritmos. Estos actos, aunque aparentemente simples, en realidad implican una defensa de la libertad interior, la única que permite una existencia genuina.

Liberalismo emocional: una nueva frontera

El liberalismo, a menudo reducido a lo económico o político, tiene una dimensión existencial que no debe olvidarse: la libertad emocional. La posibilidad de sentir lo que uno elige sentir, de priorizar el descanso por sobre la productividad, de decidir qué me afecta y qué no.

En un mundo dominado por la emocionalidad masiva y el “deber ser” colectivo, el JOMO propone un camino de introspección. Es una llamada a reconectar con la soledad elegida, a reivindicar la privacidad como un derecho, y no como un lujo.

El JOMO como acto liberal

JOMO no es apatía, es criterio. No es aislamiento, es elección. Es la expresión moderna de un viejo anhelo liberal: vivir como uno elige, no como se espera. En un mundo que premia la hiperactividad social y penaliza el silencio, elegir perderse algo es, a veces, la mejor manera de encontrarse a uno mismo.

Por eso, si el liberalismo defiende la autonomía del individuo frente al Estado, frente al grupo, frente a las modas... entonces JOMO es una manifestación cultural coherente con esa filosofía: una alegría sencilla, pero profundamente liberadora.

¿Te has sentido alguna vez presionado por estar siempre “conectado”? ¿Te atreverías a practicar el JOMO como un acto de libertad personal?
Si estos temas te inspiran tanto como a nosotros, síguenos en el blog para seguir explorando cómo las ideas de la libertad individual pueden transformar tu vida cotidiana.
¿Estás listo para pensar diferente y vivir libre?

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