La reciente intervención militar de Estados Unidos contra instalaciones nucleares en Irán ha reavivado una vez más el debate sobre el papel de Occidente en Medio Oriente. Pero esta no es una simple acción geopolítica: es la reacción necesaria de una democracia ante la amenaza real de un régimen fundamentalista que no oculta su deseo de borrar del mapa a Israel y a los Estados Unidos, Estados soberanos y democráticos.
Irán, regido por los ayatolás desde 1979, ha construido un aparato ideológico que mezcla teocracia con autoritarismo, en abierta oposición a los valores universales de libertad, tolerancia religiosa, derechos individuales y democracia. Su discurso y acciones no son simbólicos: financia terror, medios de comunicación, políticos de izquierda, censura a su población, oprime a mujeres y minorías, y actúa como catalizador del caos en la región.
Israel, en contraste, representa una democracia funcional, innovadora y respetuosa de la pluralidad. Sí, tiene conflictos y tensiones internas, como cualquier Estado libre, pero nunca ha promovido la eliminación de otro país. E, conviven dentro de su territorios árabes, drusos, turcos, católicos y ortododoxos por citar algunas razas y creencias, en ese contexto, la defensa de Israel no es un capricho occidental: es una defensa de la civilización moderna frente a una amenaza oscurantista.
Lo absurdo de aplaudir dictaduras:
Lo más desconcertante de este conflicto no está solo en el campo de batalla, sino en los campus universitarios y organizaciones de derechos humanos de Occidente, donde jóvenes y colectivos ideológicos defienden con fervor regímenes totalitarios como el iraní o el venezolano, y demonizan a las democracias liberales como Israel o Estados Unidos.
¿Cómo puede ser posible? ¿Por qué estudiantes universitarios, que gozan de las libertades que sólo las democracias ofrecen, se manifiestan a favor de teocracias y tiranías?
Las causas de esta contradicción ideológica:
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Ignorancia histórica y política: Muchos jóvenes nunca han vivido bajo dictaduras reales, y tienen una visión superficial de los conflictos globales.
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Narrativas simplificadas: En redes sociales y ciertos círculos académicos se presenta a Israel y EE.UU. como "opresores" y a cualquier opositor de estos como "resistentes", sin matices ni contexto.
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Romanticismo revolucionario: La izquierda radical ha sabido envolver su discurso en una estética de rebeldía, aunque sus fines sean abiertamente autoritarios.
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Culpa occidental mal digerida: Se impone la idea de que todo lo que emana de Occidente es imperialismo, mientras se minimizan o justifican atrocidades cometidas por regímenes no occidentales.
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Academia ideologizada: Muchas universidades han sido capturadas por corrientes ideológicas posmarxistas que sustituyen el pensamiento crítico por dogmas antisistema.
¿Cómo combatir esta distorsión?
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Reeducación basada en hechos: La historia debe volver a enseñarse con rigor, mostrando las consecuencias de los regímenes autoritarios y las bondades imperfectas, pero superiores, de las democracias.
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Fortalecimiento del pensamiento crítico: Fomentar debates reales y no monocromáticos en las aulas; abrir espacios para ideas divergentes sin censura ideológica.
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Difusión de testimonios reales: Escuchar a las víctimas del régimen iraní, cubano o venezolano tiene más valor que cien teorías poscoloniales sin contacto con la realidad.
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Responsabilidad institucional: Las ONGs y universidades deben revisar su neutralidad moral: no es lo mismo defender derechos que apadrinar dictadores.
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Recuperar el sentido común: Defender la libertad no es de derecha ni de izquierda; es un principio civilizatorio.
En conclusión:
La batalla en Medio Oriente no es solo por territorios, sino por el alma del siglo XXI. Enfrenta a un Occidente que aún lucha por ser fiel a sus ideales frente a un bloque de fundamentalismo político-religioso que desprecia los derechos humanos. Apoyar a Irán o silenciar sus crímenes no es rebeldía ni justicia social: es complicidad con la opresión.
Occidente no debe disculparse por defender sus valores: debe afirmarlos con firmeza, sobre todo en sus propias universidades, donde está librándose una guerra cultural silenciosa, pero profundamente peligrosa.
La libertad no se hereda. Se defiende.