Durante más de seis décadas, Cuba y, más recientemente, Venezuela, han sido laboratorios vivientes de lo que ocurre cuando las políticas colectivistas —llámense marxismo, socialismo del siglo XXI o “proyectos revolucionarios”— se aplican sin freno. El resultado es siempre el mismo: economías arrasadas, sociedades fragmentadas y un pueblo sometido, todo en nombre de la “igualdad” y la “justicia social”.
El espejismo que seduce a las masas
Los regímenes socialistas no nacen como dictaduras abiertas; se disfrazan de proyectos democráticos que prometen acabar con la pobreza, redistribuir la riqueza y devolver el poder al pueblo. El discurso es atractivo: se señala a una élite o a un “enemigo externo” como responsable de todos los males, y se promete que, con el poder en manos del “pueblo”, todo cambiará.
Pero lo que el ciudadano común no percibe en ese momento es que este discurso es solo una herramienta de manipulación. La meta real no es mejorar la vida de la gente, sino concentrar el poder en un pequeño grupo, eliminar los contrapesos y eternizarse en el poder.
Las tácticas para llegar y aferrarse al poder
A lo largo de la historia, Cuba y Venezuela han mostrado un manual bien ensayado para que el socialismo se instale y no se vaya:
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Promesas populistas y subsidios masivosSe ofrecen beneficios inmediatos: comida subsidiada, servicios “gratuitos” y ayudas directas. Esto genera dependencia y compra votos, pero destruye la base productiva.
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Polarización socialSe divide a la población entre “pueblo” y “enemigos”, sean empresarios, opositores o cualquier voz crítica. Esta división facilita justificar la represión y eliminar la disidencia.
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Control de medios y narrativa únicaLa prensa libre es silenciada o absorbida por el Estado. La información se convierte en propaganda constante, repitiendo el mito de que los problemas son culpa de conspiraciones externas.
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Cooptación de institucionesEl poder judicial, el parlamento y los organismos electorales se subordinan al ejecutivo. Las leyes se reinterpretan para mantener el control absoluto.
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Uso del aparato militar y policialEl régimen se blinda con fuerzas armadas y cuerpos de seguridad leales, dispuestos a reprimir cualquier intento de protesta.
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Exportación de ideología y alianzas entre dictadurasApoyo mutuo entre regímenes afines para sostenerse económica y políticamente, incluso intercambiando petróleo, médicos o armamento como moneda de influencia.
Cuba: la “revolución” eterna
Desde 1959, la isla vive bajo el mismo sistema, dirigido primero por Fidel Castro y luego por su hermano Raúl. Se prometió educación y salud universales como símbolo de progreso, pero se ocultó que ambas se financiaban destruyendo la economía de mercado, prohibiendo el emprendimiento y suprimiendo libertades.
El precio humano ha sido devastador: más de 2,5 millones de cubanos han abandonado la isla desde 1959, una cifra enorme para un país de poco más de 11 millones de habitantes. Solo entre 2022 y 2023, más de 400.000 cubanos emigraron hacia Estados Unidos, la mayor ola migratoria de su historia reciente.
Venezuela: el siglo XXI hecho ruinas
Con Hugo Chávez, Venezuela repitió la fórmula cubana adaptada al boom petrolero. Se crearon programas sociales masivos llamados misiones para ganar adhesión popular:
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Misión Barrio Adentro: médicos cubanos en barrios populares.
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Misión Robinson: alfabetización acelerada.
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Misión Mercal: venta de alimentos subsidiados.
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Misión Vivienda: construcción masiva de viviendas populares.
Estas misiones, presentadas como “éxitos” en foros internacionales, sirvieron como vitrina propagandística mientras el aparato productivo se deterioraba. Cuando el precio del petróleo cayó, la economía se desplomó.
El resultado: más de 7,7 millones de venezolanos han huido del país desde 2015, según la ONU, en uno de los mayores desplazamientos humanos de la historia contemporánea.
Cómo seducen a otros pueblos
El socialismo exporta su modelo usando dinero y propaganda. Venezuela, durante el chavismo, regaló petróleo a países aliados mediante el programa Petrocaribe, comprando lealtades políticas. Cuba ha enviado médicos y técnicos a decenas de países, no solo como cooperación, sino como herramienta de penetración ideológica y obtención de divisas.
En Ecuador, durante el gobierno de Rafael Correa, se adoptó buena parte del discurso chavista: subsidios, control de medios y alianzas con La Habana y Caracas. En Honduras, gobiernos afines al ALBA han imitado las promesas de “inclusión” y “justicia social” mientras consolidan estructuras de poder cada vez más difíciles de remover.
El costo humano
No se trata solo de cifras económicas; el socialismo destruye el tejido social. La emigración masiva separa familias, la corrupción generalizada destruye la confianza en las instituciones y la represión asfixia la iniciativa individual. Generaciones enteras crecen bajo el miedo y la escasez, con su potencial desperdiciado.
La gran mentira
El truco del socialismo es simple: se presenta como un salvador, pide el voto “por última vez para salvar la patria” y, una vez en el poder, manipula las reglas para no irse nunca. La democracia se convierte en un cascarón vacío que solo sirve para legitimar la dictadura.
La historia de Cuba y Venezuela debería servir como advertencia a cualquier país que flirtee con las promesas fáciles del colectivismo. Ninguna nación se ha hecho próspera restringiendo la libertad económica y concentrando el poder político; por el contrario, esa receta siempre produce miseria, corrupción y exilio.
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