Ideas anti zurdos, un espacio para defender la libertad.

miércoles, 23 de julio de 2025

La tiranía disfrazada de revolución: el rostro real del socialcomunismo en América Latina

 


Dr. Armando José Urdaneta Montiel


En América Latina, el experimento socialcomunista ha demostrado no ser una vía hacia la justicia social, sino una maquinaria perversa que ha convertido la miseria en estrategia política. Bajo el disfraz de una revolución “del pueblo” y por el “pueblo”, estas tiranías han utilizado la oratoria y la manipulación ideológica para someter conciencias, expropiar libertades y perpetuarse en el poder a costa del sufrimiento colectivo.


Desde sus inicios, estos regímenes han promovido una formación política alienante, diseñada para distorsionar la percepción de la realidad y fabricar una ciudadanía obediente. En su lógica, el progreso y la movilidad social se convierten en una anomalía. Tal como sugiere el Dogma de Montaigne, si alguien logra superarse, es porque otro ha fracasado; y por tanto, la “justicia” consiste en arrebatar al exitoso lo que ha conseguido con esfuerzo, para redistribuirlo de manera forzosa entre quienes lo envidian o culpan al sistema de sus carencias.


Pero esta redistribución no busca la equidad, sino la nivelación por abajo: reducir a los productivos a la miseria, para que el Estado sea el único proveedor y controlador de las necesidades básicas. El objetivo real, oculto tras discursos de igualdad, es aniquilar la iniciativa individual y consolidar un sistema de dependencia total. Así, los gobiernos se transforman en administradores de pobreza, no en generadores de progreso.


Y cuando el populismo no basta, cuando el pan se acaba y los aplausos se apagan, la tiranía muta. Aparece entonces el rostro abiertamente fascista del régimen, que utiliza la judicialización y encarcelamiento de la disidencia política, emplea tanto las armas del Estado como grupos civiles armados para amedrentar, silenciar o eliminar cualquier intento de cambio político. Estos gobiernos se convierten en verdaderas organizaciones criminales que instrumentalizan el diálogo, la paz y la convivencia como elementos de distracción frente al caos interno que ellos mismos han provocado.


La alienación como herramienta de sometimiento resulta central para comprender cómo opera el poder en los regímenes socialcomunistas. Originalmente desarrollado por pensadores como Hegel, Feuerbach y, posteriormente, Karl Marx, la alienación hace referencia a un proceso mediante el cual el ser humano queda separado de su esencia, de su capacidad de autodeterminación y de su conciencia crítica, al quedar sometido a fuerzas externas que lo dominan.


En el contexto político, la alienación ocurre cuando los individuos internalizan una visión del mundo impuesta por el poder, llegando a aceptar como naturales o inevitables condiciones de vida profundamente injustas. Esta distorsión de la realidad convierte al ciudadano en un sujeto pasivo, incapaz de cuestionar o resistir, porque ha dejado de reconocerse como agente de cambio.


En los regímenes socialcomunistas, esta alienación es intencionalmente inducida a través de una formación ideológica que opera desde la escuela, los medios de comunicación y la narrativa oficial del Estado. Se crea una especie de “realidad paralela” en la que la miseria es presentada como sacrificio revolucionario, la represión como defensa de la soberanía y la pobreza como una expresión de justicia social. 


El resultado es la pérdida de identidad individual y colectiva. Los ciudadanos dejan de verse como personas autónomas con derechos y responsabilidades, y comienzan a definirse únicamente como parte de una causa impuesta: la revolución. Se vuelven esclavos ideológicos, atrapados en una lógica circular de obediencia, culpa y dependencia. En este estado de alienación, no solo se anulan las libertades materiales, sino también las espirituales: el pensamiento libre, la creatividad, la disidencia.


Paralelamente, la estrategia política del régimen se enfoca en generar y luego fortalecer esta forma de idiotización colectiva, erosionando la capacidad crítica del ciudadano. El proceso induce tres emociones fundamentales que resultan funcionales al sistema: miedo, conformismo y desesperanza. Sin embargo, este control psicológico solo es sostenible mientras las condiciones mínimas de supervivencia no estén en riesgo.


Como lo plantea Maslow en su jerarquía de necesidades, cuando el hambre irrumpe, la ideología se desmorona. La falta de acceso a las necesidades fisiológicas más básicas como la alimentación socava incluso el adoctrinamiento más profundo. Pero aun en ese punto crítico, la tiranía conserva un último recurso: la manipulación discursiva. La oratoria revolucionaria busca reconfigurar la realidad en la mente del ciudadano, manteniéndolo sometido incluso cuando todo a su alrededor se desmorona.


Por ello desenmascarar la ficción revolucionaria requiere de una batalla cultural en todos los ordenes y estratos sociales que permita hacer entender al popolon que el socialcomunismo, lejos de redimir a los pueblos de sus injusticias, ha sido en América Latina una plaga ideológica que ha devastado economías, aniquilado libertades y sembrado la miseria como estrategia de control. Ha sustituido el progreso por la dependencia, y la conciencia ciudadana por una obediencia impuesta a través de la alienación.


Desenmascarar este discurso es hoy más urgente que nunca. No se trata solo de señalar el fracaso económico o la corrupción institucional: se trata de comprender cómo opera el control mental y emocional, y de qué manera destruye la voluntad individual para convertirla en obediencia colectiva. Porque mientras la mentira revolucionaria siga viva en la mente de los pueblos, la tiranía seguirá encontrando razones para imponerse.

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sábado, 19 de julio de 2025

Poder y corrupción: una alianza peligrosa

 

Introducción

La historia política y social de la humanidad ha estado marcada, una y otra vez, por el uso y abuso del poder. Desde los imperios antiguos hasta las democracias contemporáneas, el poder ha sido una herramienta indispensable para organizar la vida en sociedad. Sin embargo, cuando no existen límites claros ni mecanismos de control, el poder se transforma en un arma que degenera en corrupción. La frase del historiador inglés Lord Acton, “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”, sintetiza con aguda claridad esta tendencia recurrente que afecta a líderes, instituciones y gobiernos.

Este ensayo explora cómo el poder, cuando se ejerce sin contrapesos éticos e institucionales, da lugar a conductas corruptas. Se analizan los factores que alimentan la corrupción, sus consecuencias en la sociedad y los mecanismos que podrían contenerla.

El poder como herramienta de gobierno

El poder no es, en sí mismo, algo negativo. En su forma legítima, el poder político permite establecer normas, aplicar justicia, organizar recursos y garantizar la seguridad de los ciudadanos. La autoridad, cuando es democrática y limitada por la ley, tiene el potencial de ser un instrumento de progreso.

Sin embargo, el poder también puede convertirse en una adicción. Su ejercicio continuado genera una sensación de superioridad, de impunidad y de distancia con respecto al ciudadano común. Quienes detentan el poder por largos periodos pueden llegar a confundir el bien común con sus propios intereses, y lo que antes era un servicio a la comunidad se transforma en dominio sobre ella. Para este propósito pelean por las reelecciones indefinidas diciendo que es el pueblo el que jubila o no al político.

En este sentido, ya Nicolás Maquiavelo advertía, desde una visión realista, que “los hombres olvidan más pronto la muerte de su padre que la pérdida de su patrimonio”, evidenciando cómo el poder tiende a usarse para resguardar intereses personales, aunque eso implique quebrar principios éticos o legales.

La corrupción: expresión degenerada del poder

La corrupción es el uso ilegítimo del poder para obtener beneficios personales. Puede manifestarse de muchas formas: sobornos, nepotismo, malversación de fondos, manipulación de contratos públicos, extorsión, entre otros. A menudo se oculta tras la apariencia de legalidad, lo que la hace más peligrosa.

La corrupción no nace de la pobreza, como a veces se argumenta, sino de la falta de controles institucionales, de la debilidad del Estado de Derecho y de la tolerancia social hacia estas prácticas. En sociedades donde el castigo a los corruptos es la excepción y no la regla, el mensaje que se transmite es que la impunidad está garantizada. Vale poner de ejemplos los gobiernos del socialismo del Siglo XXI con algunos exponentes como Cristina de Kirchner que no acepta ir a la cárcel, señalando sus malos manejos en una persecución política, o en Ecuador con un ex presidente prófugo y medio gabinete en el exilio por actos de corrupción durante un periodo de tiempo con manejo total de la administración pública.

De ahí que pensadores como José Ingenieros, en El hombre mediocre, sostuvieran que “la corrupción de las almas es la más vil de las decadencias”, vinculando el poder desmedido con la decadencia moral que contamina a individuos e instituciones.

El poder absoluto y la pérdida de límites

Cuando Lord Acton advertía que el poder absoluto corrompe absolutamente, se refería a una realidad comprobada por siglos de historia. Los monarcas absolutos, los dictadores, los jefes de partidos únicos o los líderes populistas que concentran todos los poderes en sus manos terminan, inevitablemente, por gobernar para sí mismos.

En este contexto, es importante advertir cómo la vieja pretensión de los políticos de controlar todos los poderes del Estado —Ejecutivo, Legislativo y Judicial— bajo el pretexto de la “gobernabilidad”, constituye un camino directo hacia el absolutismo. Este argumento, aparentemente técnico o administrativo, ha sido utilizado una y otra vez como justificación para cooptar instituciones, eliminar la independencia judicial, manipular los órganos de control y silenciar voces críticas. Lejos de fortalecer la democracia, esta concentración de funciones destruye su esencia misma: la pluralidad, la deliberación y los contrapesos.

La ausencia de límites éticos y legales lleva a estos líderes a justificar cualquier acción en nombre del “bien del pueblo”. Así, las instituciones se subordinan al capricho de una sola persona o de un grupo, se destruyen los equilibrios republicanos, se manipulan las leyes y se amordaza a la prensa.

No es casual que el filósofo Montesquieu escribiera: “Para que no se pueda abusar del poder, es preciso que el poder detenga al poder”. Esta afirmación, que dio origen a la doctrina de la separación de poderes, subraya la importancia de limitar el poder para evitar su corrupción.

Las consecuencias sociales de la corrupción

La corrupción tiene un alto costo para la sociedad. Desvía recursos públicos que deberían destinarse a salud, educación, infraestructura o seguridad. Reduce la eficiencia del Estado, genera desigualdad, mina la confianza ciudadana y debilita la democracia.

Además, crea una cultura de cinismo y resignación. Cuando la ciudadanía percibe que todos los políticos son corruptos y que nada puede cambiar, se debilita el tejido social y se abre la puerta al autoritarismo. La democracia, sin ética, se convierte en una fachada vacía.

Esto fue retratado con agudeza por George Orwell en Rebelión en la granja, cuando afirmó: “Todos los animales son iguales, pero algunos animales son más iguales que otros”. La corrupción, así, destruye el ideal de igualdad y justicia, al privilegiar a quienes ostentan el poder en detrimento del pueblo.

Cómo prevenir la corrupción

Combatir la corrupción no es tarea fácil, pero es posible si se establecen reglas claras y mecanismos eficaces de control. Algunas medidas esenciales incluyen:

  • Transparencia en la gestión pública, con acceso a la información y rendición de cuentas.

  • Independencia del poder judicial, para que los corruptos sean juzgados sin presiones políticas.

  • Educación ética y cívica, que forme ciudadanos conscientes de sus derechos y deberes.

  • Instituciones autónomas, como fiscalías y contralorías, que investiguen y sancionen con rigor.

  • Participación ciudadana, que vigile el uso de los recursos públicos y exija integridad.

La corrupción no se elimina solo con leyes, sino con una cultura de legalidad que debe ser promovida desde todos los ámbitos de la sociedad.

Conclusión

El poder es necesario para gobernar, pero su concentración sin límites éticos ni institucionales da lugar a la corrupción. La advertencia de Lord Acton sigue vigente en nuestros días: ningún ser humano es inmune a los efectos corruptores del poder absoluto. Por ello, la construcción de democracias sólidas, con instituciones independientes, ciudadanos informados y cultura ética, es la mejor defensa frente a este mal que socava el desarrollo y la justicia.

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martes, 15 de julio de 2025

¿Por qué vivimos mejor, incluso con más personas?

 


Introducción: olvidemos los mitos de la escasez

Seguramente has escuchado frases como “con más gente, menos recursos” o “redistribuir la riqueza es la solución”. ¿Pero qué tan cierto es eso? Hoy vamos a romper esos mitos con datos reales y ejemplos que demuestran cómo la vida —en términos de bienes básicos— sí ha mejorado, a pesar del crecimiento poblacional.

1. El Índice Simón de Abundancia (ISA), al rescate

Creado por Gale L. Pooley y Marian L. Tupy para medir cómo varía la abundancia de 50 recursos básicos (como alimentos, energía, metales) mientras crece la población mundial, el ISA toma como año base 1980 (valor = 100). En 2024 alcanzó 618,4, lo que equivale a un aumento del 518,4 %. 

¿En qué significa que esa cifra aumentó tanto? Significa que hay más comida, más materiales, más energía, respecto a 1980, mientras seguimos siendo más personas.

2. ¿Cómo es posible?

Julian Simon, economista e inspiración del ISA, decía que los recursos más valiosos no son los minerales, sino… nosotros, las personas. ¿Por qué? Porque somos la fuente de la creatividad, de los inventos y de los avances tecnológicos .

Un buen ejemplo:

  • Fertilizantes: Antes se usaba estiércol, luego el guano peruano, y en siglo XX llegó el proceso Haber‑Bosch: convierte nitrógeno del aire en fertilizantes sintéticos. De eso depende gran parte de la comida mundial. Este descubrimiento permitió que la producción alimentaria mantenga a unos 8 mil millones de personas, en lugar de solo 4 mil millones.

Gracias a la innovación, el “precio en tiempo” (qué tanto debes trabajar para comprar algo) de los fertilizantes bajó 56,4 % desde 1980: ahora con el mismo esfuerzo laboral se compra 2,2 veces más fertilizante.

3. ¿Qué es el “precio en tiempo”?

Es una forma intuitiva de medir el costo real de los productos: horas de trabajo requeridas para comprarlos. Si hoy trabajas menos para adquirir lo que antes costaba más tiempo, estás mejorando tu nivel de vida. Desde 1980, el precio en tiempo promedio de esos 50 bienes básicos cayó 70,4 % —¡más del doble de recursos por la misma jornada!.

4. La superabundancia y sus beneficios

No sólo hay más recursos. La población creció un 82,9 % desde 1980 (de 4 444 millones a 8 126 millones)—pero la abundancia personal creció 238,1 %.

¿Por qué importa? Porque implica que:

  • Vivimos con más comodidad.

  • Tenemos más acceso a alimentos, energía, transporte, tecnología.

  • La innovación genera más posibilidades de desarrollo.

Ejemplo cercano: las naranjas. En 2024, si bien ha habido altibajos, su precio en tiempo ha caído un 1,56 % anual desde 1980. Aunque un año suba, la tendencia general te permite esperar menos trabajo y más fruta el próximo años .

5. ¿Y la redistribución social?

Parece una buena idea en teoría: compartir riquezas para que todos tengan lo mismo. Pero, en la práctica:

  • Reduce los incentivos a crear, emprender o innovar.

  • A menudo financia a quienes no aportan (o no quieren aportar).

  • Puede frenar el progreso de los que sí trabajan, roban talento y desmotivan a los más capaces.

En cambio, estudios como los del ISA muestran que dejar actuar a las personas, motivarlas y premiarlas es lo que produce más bienestar para todos.

6. Un mundo de oportunidades, no de carencias

Con una economía libre, innovación y esfuerzo humano, hemos:

  • Duplicado la abundancia cada 17 años, según el crecimiento compuesto del ISA (4,22 % anual).

  • Superado crisis graves: COVID‑19, guerras, desastres naturales… Y aún así hemos seguido creciendo .

  • Creado un sistema donde la escasez real, a esta escala, es casi inexistente.

7. ¿Cuál es mi opinión?

Creo que estas estadísticas demuestran dos cosas importantes:

  1. La creatividad humana importa: no somos consumidores pasivos de recursos, somos transformadores de la realidad, lo hacemos a cada instante, observamos el problema y comenzamos a dar la solución, es un proceso creativo permanente que rompe la explicación estática del comportamiento humano frente a los problemas.

  2. El control centralizado y la redistribución obligatoria limitan oportunidades. No son la solución para mejorar la calidad de vida; lo es fomentar la libertad, el emprendimiento y la competencia.

Especialmente para los más jóvenes, hay que romper con la idea de que más igualdad se alcanza quitándole a los que generan, y dar importancia a una sociedad que premia el esfuerzo, la creatividad y la innovación.

Conclusión

El Índice Simón de Abundancia muestra que, contrariamente a lo que muchos piensan, la expansión poblacional no conduce a la escasez, sino todo lo contrario: vivimos en una era de superabundancia. Los avances científicos, la economía de mercado y nuestro ingenio —no los planes de redistribución— han sido las claves para mejorar la vida de todos. ¿Quieres un mundo realmente justo? Entonces apuesta por una sociedad que respeta el esfuerzo, incentiva la creatividad y deja que cada uno construya su camino.


  • ¿Vas a seguir creyendo en cuentos de escasez y reparto, o te animas a pensar con datos y libertad?
  • ¿Te atreves a compartir esta verdad con tus amigos y romper el mito de la redistribución?

Referencia:

https://www.elcato.org/el-indice-simon-de-abundancia-2025?mc_cid=306bda6e3e&mc_eid=8b06f5ac5c.

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viernes, 11 de julio de 2025

El miedo a la motosierra

 


La “motosierra profunda”: destruye tramitocracia y las leyes desfinanciadas

En América Latina los medios de comunicación de la ultra izquierda se han dedicado a promover un mito: más gasto es sinónimo de mayor bienestar. Sin embargo, como bien demuestra el fenómeno de la “motosierra profunda” de Javier Milei en Argentina, la tramitocracia y la resistencia política a la disciplina fiscal tienen raíces profundas, no solo en el clientelismo, sino en un sistema que utiliza el gasto público para perpetuarse. Este análisis aborda por qué se resiste la sociedad burocrática a reducir el gasto y cómo esa resistencia legitima leyes desfinanciadas e insostenibles.

La “motosierra profunda” y la eficiencia

El presidente argentino Javier Milei mantiene un plan de desregulación sin precedentes: elimina ministerios, reduce agencias, deroga leyes y expide decretos de necesidad y urgencia (DNU) para imponer reformas drásticas. Bajo el argumento de una “motosierra profunda”, se aplicó una reducción del gasto equivalente a 5 % del PIB, cerrando 13 ministerios, eliminando secretarías, reduciendo 34 000 empleados públicos, y promoviendo más de 300 modificaciones legales en un solo decreto (DNU 70/2023) que abarcan desde alquileres, abastecimiento, góndolas, hasta leyes laborales, todo esto ante el susto de siempre, que la economía se paralizaría y que el desempleo causado por los despidos enfriaría la economía.

El Instituto Cato documenta que, entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024, se aprobaron 672 reformas normativas—un promedio de 1,84 desregulaciones diarias. El resultado, según Ian Vásquez, ha sido una drástica reducción de costos, un aumento de la libertad económica, menos corrupción, y el estímulo al crecimiento, sin embargo, ante hechos que demuestran la eficiencia de estas medidas, surgen dudas de si eso terminará consolidando un poder central desde el ejecutivo.

Reticencia a la austeridad: cultura prebendaria y clientelismo

En buena parte de América Latina existe una resistencia cultural a recortar el gasto público. Esta defensa radica en varios elementos:

  1. Clientelismo político: El presupuesto se emplea para financiar favores, subsidios, cargos y programas inflados. El recorte implica un ajuste directo a estos privilegios, solo en Ecuador ciudades como Quito dependen del empleo público para su estabilidad presupuestaria.

  2. Sindicatos públicos poderosos: Gremios que presionan mediante protestas, paros y movilizaciones para preservar beneficios y empleos estatales, se encuentran que los gobiernos ahora piensan que no deben recibir fondos de los contribuyentes.

  3. Narrativa moralizante: Recortar gasto se presenta como una acción antipática, "neoliberal", injusta o egoísta, cuando en realidad es una condición para garantizar servicios de calidad.

  4. Leyes sin financiamiento: Aprobación de reformas que elevan beneficios, plazas o bonos, sin definir cuánto costarán ni cómo se pagarán, y que luego generan déficits y endeudamiento.

Este fenómeno no es exclusivo de Argentina. En Ecuador, por ejemplo, la Ley Orgánica de Educación Intercultural (LOEI) ha combinado aumentos de sueldo, plazas y beneficios sin recursos adicionales. En la UE, también se observan tendencias similares.

Tramitocracia y burocracia: el gasto crece sin control

La tramitocracia—la proliferación de trámites, agencias y regulaciones—se alimenta de la idea de que más burocracia es más protección. En Argentina, Milei identificó esta patología como fuente de corrupción y retraso. Por eso, una desregulación progresiva ha tenido como blanco la “burocracia roja” que otorga privilegios excesivos.

Pero, al eliminar normas indiscriminadamente, los defensores del Estado omnipresente dicen que se pierden herramientas para garantizar derechos, controlar externalidades o proteger a los más vulnerables. Usan siempre el mismo cuento, la pérdida de derechos en los más pobres, o la pérdida de dinero de los que trabajan para financiar a grupos que seducen a las oenegés, la pobreza la final también es un buen negocio, el mantenerla garantiza fuentes de trabajo, diplomados, especializaciones y masteres, incluso doctorados.

Disciplina fiscal responsable: más allá de la motosierra

La disciplina fiscal no significa austeridad brutal, sino gasto eficiente, reglas claras y presupuesto sostenible. Se debe distinguir entre recortes justificados (duplicidades, burocracia innecesaria) y ajustes que eliminan derechos sin compensación.

Países con estados más eficaces (los nórdicos, Suiza, Irlanda) no destacan por gastar más sino por gastar mejor: planeación, evaluación, transparencia y reemplazo de programas que no funcionan.

No se ignora la importancia de regulaciones esenciales. Tampoco que exista una motosierra que acaba con el financiamiento torpe para la ciencia, salud y educación . El caso argentino ya muestra cómo el recorte no genera fuga de cerebros, ni crisis educativa, médica y científica, más bien comienza a recibir argentinos que huyeron de la pobreza creada por los gobiernos populistas y de izquierda.

Conclusión

Sostener que más gasto equivale a más bienestar sin criterio ni financiamiento es una falacia. Es conveniente desmontar la restricción cultural que bloquea reformas estructurales, pero hacerlo sin responsabilidad institucional erosiona el propio bienestar que se pretende proteger.

La “motosierra profunda” de Milei expone la fragilidad de las democracias rentistas y clientelares. Apuntar a recortar burocracia y tramitocracia es válido, pero debe hacerse de manera ordenada, transparente y con reglas claras. De lo contrario, el resultado puede ser un Estado más pequeño, pero también más débil y menos capaz de atender a sus ciudadanos.

📢¿Crees que tu país aprueba leyes sin definir cómo financiarlas?

  • ¿Prefieres un Estado más pequeño o uno más eficiente?

  • ¿Dónde debería trazarse la línea entre recorte de gasto y protección social?

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martes, 8 de julio de 2025

Adiós a las carreras largas: la educación flexible y las universidades disruptivas

 

Dr. John Campuzano Vásquez

Durante décadas, el sistema universitario tradicional ha funcionado como una fábrica de títulos: carreras largas, modelos rígidos, planes de estudio desfasados y escasa conexión con el mundo real. Esta estructura ha servido —y aún sirve— como uno de los instrumentos más eficaces del pensamiento estatista para controlar la movilidad social y generar dependencia académica.

Sin embargo, la revolución está en marcha. Las universidades disruptivas, la educación flexible y el auge de las microcredenciales están socavando ese modelo monolítico desde sus bases. La “universidad del futuro” ya no es un ideal lejano, es una necesidad inminente que reclama libertad educativa, aprendizaje personalizado y autonomía profesional.

Roger Schank y el derrumbe de la educación memorística

Roger Schank, uno de los críticos más lúcidos del sistema universitario tradicional, advirtió hace décadas que las universidades estaban más enfocadas en mantener sus estructuras burocráticas que en enseñar algo útil. Desde su enfoque en la ciencia cognitiva, propuso un modelo educativo donde se aprenda haciendo, enfrentando problemas reales, usando simulaciones y experiencias vividas.

¿Tiene sentido memorizar teorías abstractas por cuatro o cinco años para después salir al mercado sin saber resolver un problema concreto? Para Schank, la respuesta era un rotundo no. Su visión pedagógica se alinea perfectamente con los principios del liberalismo educativo: que el estudiante decida qué aprender, cómo, cuándo y con quién; y que el Estado deje de controlar centralmente la formación.

Microcredenciales: más libertad, menos adoctrinamiento

Las microcredenciales son pequeñas certificaciones que acreditan habilidades específicas y que pueden acumularse para formar trayectorias personalizadas. Nacieron en la década del 2010 en plataformas como edX, Coursera y Udacity, y se han expandido rápidamente en sistemas educativos de países como Canadá, Australia y Estados Unidos.

Su lógica es clara: formación por competencias, aprendizaje modular y just-in-time. Es decir, aprendo lo que necesito, cuando lo necesito, y puedo demostrarlo sin pasar por un currículo impuesto por burócratas.

Este modelo desafía directamente el monopolio universitario. ¿Por qué obligar a un joven a tomar 40 materias para obtener un título cuando podría certificar competencias en programación, economía digital o comercio internacional en módulos cortos, válidos para el mercado? ¿Por qué mantener una estructura educativa que responde más a intereses gremiales que al bienestar de los estudiantes?

¿Por qué la izquierda teme a las universidades disruptivas?

La respuesta es sencilla: porque pierden el control. El modelo universitario clásico ha sido un instrumento de adoctrinamiento ideológico. Repleto de materias obligatorias inútiles, estructuras jerárquicas y discursos políticamente correctos, su función ha sido más formar militantes que ciudadanos libres.

Las universidades disruptivas, al contrario, forman solucionadores de problemas, emprendedores, técnicos, programadores, analistas de datos, consultores y creativos. Es decir, personas autónomas, móviles y adaptables, que no necesitan del Estado para progresar.

Las microcredenciales, los campus híbridos, el aprendizaje basado en retos y el diseño curricular flexible le dan al estudiante el poder de decir: “yo decido mi camino, no el burócrata ni el sindicato docente”.

La verdadera inclusión es la libertad de aprender

Uno de los mayores engaños del progresismo educativo ha sido vender la idea de que más años de estudio equivalen a más calidad. Nada más alejado de la verdad. La acumulación de créditos y títulos vacíos no garantiza empleabilidad ni bienestar.

Lo que sí genera oportunidades reales es la formación pertinente, libre, digital y acumulativa, donde los estudiantes construyan su trayectoria sin trabas ideológicas ni académicas.

El liberalismo educativo no desprecia el conocimiento profundo, pero defiende que nadie debe ser obligado a pasar por años de teoría innecesaria para ser reconocido como competente. La educación debe adaptarse al estudiante, no el estudiante a la burocracia.

Conclusión

Estamos ante una oportunidad histórica para romper las cadenas de un sistema universitario anticuado. La “universidad del futuro” ya no es una utopía, es una urgencia. Y como bien lo están demostrando las universidades disruptivas, es posible hacerlo sin renunciar a la calidad, sino devolviéndole su verdadero propósito: formar personas libres, capaces y útiles para una sociedad que no espera.

¿Vas a seguir defendiendo un sistema que te obliga a perder años de tu vida solo para recibir un cartón, o prefieres construir tu futuro con libertad y propósito?

🔔Si te interesa una educación que forme individuos libres y no seguidores del Estado, ¿por qué no seguir este blog y ser parte del cambio?

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sábado, 5 de julio de 2025

Entre el libre mercado, la planificación central y el espejismo de la planificación indicativa.

 


Planificación el tema siempre pendiente.


Dr. Armando José Urdaneta Montiel


El eterno debate económico entre libre mercado y planificación estatal suele resolverse, en algunos foros, con una propuesta aparentemente sensata: la planificación indicativa. A primera vista, suena bien: el Estado no impone ni dirige la producción, sino que orienta, proyecta y facilita la coordinación en sectores estratégicos. Es, se dice, la forma de evitar los extremos: ni mercado totalmente desregulado, ni control central asfixiante. Se presenta como una "tercera vía" que busca combinar la eficiencia del mercado con la capacidad de dirección del Estado para corregir fallos y promover objetivos nacionales (Chang, 2002).

Sin embargo, esta aparente "tercera vía" está lejos de ser una solución libre de problemas. La experiencia histórica demuestra que la planificación indicativa, aunque menos rígida que la planificación central, tiende a degenerar en dirigismo, favoritismos y burocracia. Se abre la puerta a que los gobiernos “indiquen” demasiado, y esas indicaciones, con el tiempo, se conviertan en imposiciones o privilegios para ciertos sectores y empresas cercanas al poder político. El mercado deja de funcionar como espacio de descubrimiento y competencia genuina, y se transforma en una carrera por captar las señales y subvenciones públicas. Esta dinámica puede llevar a la captura reguladora, donde los intereses privados influyen en las decisiones gubernamentales para su propio beneficio (Stigler, 1971).

El renombrado economista Milton Friedman ya advertía que cualquier forma de protección o intervención estatal, por suave que parezca, termina por erosionar la competencia, encarecer los precios y perjudicar a los consumidores (Friedman, 1962). La historia económica está plagada de ejemplos donde las "orientaciones" gubernamentales han distorsionado los mercados, creando monopolios y oligopolios que, lejos de beneficiar a la sociedad, la empobrecen. Por su parte, Joseph Schumpeter nos recuerda que el verdadero motor del progreso económico no son los planes diseñados en despachos, sino la creatividad disruptiva de los empresarios: hombres y mujeres que arriesgan su capital y su reputación para crear algo nuevo y romper con las estructuras existentes (Schumpeter, 1942). Esta destrucción creativa es esencial para la innovación y el dinamismo económico, algo que la planificación indicativa, al intentar "ordenar" el mercado, a menudo obstaculiza.

Es cierto que el mercado no es perfecto y que pueden existir fallos de coordinación o de inversión en bienes públicos. La teoría económica reconoce la necesidad de una intervención estatal mínima para proveer bienes públicos y corregir externalidades (Arrow, 1962). Pero pensar que la planificación indicativa, por ser más flexible que la planificación central, va a resolver esos problemas sin crear otros, es ingenuo. En la práctica, la “orientación” estatal se convierte muchas veces en excusa para proteger industrias ineficientes, repartir subsidios y construir estructuras burocráticas que frenan la competencia y sofocan la innovación. Los incentivos perversos generados por estas intervenciones pueden llevar a la búsqueda de rentas (rent-seeking), donde los agentes económicos dedican sus esfuerzos a obtener beneficios a través de la manipulación del entorno político, en lugar de crear valor (Tullock, 1967).

La alternativa no es renunciar a toda intervención, sino diseñar instituciones que protejan de verdad la libertad de entrada, la competencia abierta y los incentivos a innovar. La clave no está en que el Estado “oriente”, sino en que garantice un entorno transparente, reglas del juego claras y mercados donde los ganadores sean elegidos por los consumidores, no por los planificadores. Esto implica fortalecer el estado de derecho, asegurar la seguridad jurídica y proteger los derechos de propiedad, elementos fundamentales para un mercado eficiente y justo.

En última instancia, ni el libre mercado puro, ni la planificación central, ni la planificación indicativa como fórmula intermedia resuelven, por sí solas, los problemas del desarrollo económico. Lo esencial sigue siendo promover el capitalismo de libre empresa, la competencia real, la creatividad empresarial y un marco institucional que permita que las decisiones descentralizadas generen progreso y bienestar. Todo lo demás, por sofisticado que suene, acaba siendo más parte del problema que de la solución. La verdadera prosperidad emana de la libertad individual para emprender, innovar y competir en un entorno de reglas justas y predecibles.


Referencias

Arrow, K. J. (1962). Economic welfare and the allocation of resources for invention. En R. R. Nelson (Ed.), The rate and direction of inventive activity: Economic and social factors (pp. 609-625). Princeton University Press.

Chang, H.-J. (2002). Kicking away the ladder: Development strategy in historical perspective. Anthem Press.

Friedman, M. (1962). Capitalism and freedom. University of Chicago Press.

Schumpeter, J. A. (1942). Capitalism, socialism and democracy. Harper & Brothers.

Stigler, G. J. (1971). The theory of economic regulation. The Bell Journal of Economics and Management Science, 2(1), 3-21.

Tullock, G. (1967). The welfare costs of tariffs, monopolies, and theft. Western Economic Journal, 5(3), 224-232.

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miércoles, 2 de julio de 2025

Cuba y el mito del “bloqueo”

 


Durante más de 60 años, el régimen cubano ha utilizado con maestría un relato repetido hasta el cansancio: la culpa de todos los males en la isla es del “bloqueo” estadounidense. Esta narrativa, amplificada sin cuestionamientos por la izquierda internacional y por muchos intelectuales pagados para servir de cajas de resonancia, ha servido como cortina de humo para encubrir una dictadura militar, estatista y represiva, sostenida no por el pueblo, sino por los dólares que entran desde el exterior y por una mano de hierro que castiga cualquier voz disidente.

Embargo, no bloqueo: el eufemismo favorito del castrismo

Cuba no está bloqueada. Está bajo un embargo comercial parcial impuesto por Estados Unidos, que prohíbe ciertas transacciones bilaterales, pero no impide el comercio internacional. La isla mantiene relaciones comerciales activas con decenas de países, incluidos China, Rusia, Venezuela, España, México, Canadá y la Unión Europea, y fácilmente con los dólares o euros suficientes se puede comprar productos importados.

¿Cuál es el origen del embargo?
El embargo comenzó en 1960 como respuesta a las expropiaciones masivas e ilegales de propiedades estadounidenses por parte del régimen de Fidel Castro, sin compensación alguna. Posteriormente, se amplió debido al alineamiento ideológico y militar de Cuba con la Unión Soviética, y al apoyo activo a movimientos guerrilleros comunistas en América Latina y África. A lo largo de los años, el embargo ha sido renovado por razones de derechos humanos, represión política y falta de apertura democrática.

Además, EE. UU. es uno de los mayores proveedores de alimentos y productos agrícolas a Cuba, con exportaciones permitidas bajo licencias humanitarias. Por lo tanto, el embargo no impide ni el comercio ni el acceso a productos básicos. El problema real es la ineficiencia y centralismo brutal del sistema económico cubano que trata de planificar todo.

Las remesas: el salvavidas económico del régimen

Cada año ingresan a Cuba miles de millones de dólares en remesas enviadas por exiliados cubanos que trabajan principalmente en EE. UU. y España. Ese dinero, lejos de beneficiar directamente a las familias, pasa en buena parte por canales controlados por el Estado, mediante tarjetas y tiendas oficiales donde se venden productos a precios inflados en moneda extranjera y que muchas ocasiones son donados por países europeos.

El régimen viene lucrando durante años con estas remesas a través de empresas financieras estatales, transformando la solidaridad de los migrantes en fuente de divisas para sostener la estructura represiva del Partido Comunista.

Turismo y viajes familiares: la otra entrada de oxígeno

Pese al discurso de “bloqueo”, cientos de miles de cubanos residentes en el exterior pueden viajar a la isla, y lo hacen regularmente. El turismo, incluso en años de restricciones, ha sido otra vía importante de ingresos para el régimen, -aunque en los hoteles no se encuentre lo que se necesita frente a los elevados precios que se ponen-, que ofrece paquetes turísticos, hoteles y servicios gestionados directamente por corporaciones militares como GAESA.

¿Y adónde va ese dinero? A las arcas de los militares, no a los trabajadores cubanos, que reciben salarios irrisorios en pesos desvalorizados mientras sus servicios son vendidos en dólares.

Empresas estatales militares: el verdadero pulpo económico de Cuba

La economía cubana no solo está estatizada: está militarizada. Las principales empresas importadoras, exportadoras, cadenas hoteleras, zonas francas, bancos e incluso centros comerciales están bajo el control de GAESA (Grupo de Administración Empresarial S.A.), dirigido por altos mandos militares.

Este conglomerado opera con total opacidad, maneja miles de millones de dólares y no rinde cuentas al pueblo. Así, los generales cubanos son los verdaderos capitalistas en una economía donde el resto de los ciudadanos tienen prohibido generar riqueza propia.

La izquierda internacional y el “manual del idiota útil”

Mientras los cubanos hacen colas para comprar pan, la izquierda internacional celebra la supuesta “resistencia revolucionaria” de la isla. Ignoran a propósito la represión, el desabastecimiento, la falta de libertades y el éxodo desesperado, y en su lugar repiten frases de manual: “el imperialismo”, “la dignidad”, “la soberanía”.

Lo que no dicen es que esa soberanía se usa para vigilar, encarcelar y empobrecer al pueblo, mientras una cúpula vive como oligarquía de Estado. Esta complicidad ideológica ha sido decisiva para mantener al régimen cubano con legitimidad internacional entre círculos progresistas y en organismos como la OEA y la ONU.

La verdadera lucha: ni bloqueo, ni excusas

Cuba no necesita más excusas. Necesita libertad de prensa, de asociación, de empresa y de pensamiento. Necesita elecciones libres, propiedad privada, independencia judicial y democracia. Pero mientras exista una izquierda que justifique la tiranía en nombre del antiimperialismo, el pueblo cubano seguirá encadenado… y el castrismo que sigue con el nombre de Díaz Canel, financiado.


📢 Si crees que la dignidad no puede construirse sobre la miseria planificada, comparte esta entrada. Cuba merece libertad, no lecciones de marxismo reciclado.

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Este blog presenta algunas ideas económicas sobre el comportamiento nefasto que tienen las ideas del colectivismo socialista, progresista o wokista, sobre la vida de las personas y los perjuicios que ocasionan en los países que las aplican.

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