Por: Dr. Armando José Urdaneta Montiel
En un mundo de volatilidad financiera, con expectativas frágiles y choques externos frecuentes, los países emergentes enfrentan un dilema estratégico: ¿cómo mantener el equilibrio macroeconómico sin caer en trampas autoimpuestas?
Una situación que ilustra este dilema es aquella en la que un país exhibe superávit fiscal, controla la oferta monetaria (M2) y, al mismo tiempo, presenta un déficit en su balanza comercial, todo esto bajo un régimen de tipo de cambio flexible con bandas cambiarias. Tradicionalmente, esta última condición —el déficit comercial— se ha visto como una señal de alerta. Pero, ¿lo es realmente?
El régimen de tipo de cambio flexible con bandas: equilibrio con flexibilidad
Este régimen permite que la moneda fluctúe libremente dentro de márgenes preestablecidos. Solo cuando se amenaza con romper estos límites, el banco central interviene. Se combina así la disciplina del mercado con una red de contención. La principal ventaja: funciona como una válvula de escape automática frente a desequilibrios externos, evitando intervenciones frecuentes.
A diferencia de un régimen fijo —que exige acumular reservas para defender la paridad—, en este sistema las reservas son un recurso de uso contingente, no estructural.
Superávit fiscal y estabilidad monetaria: las anclas del sistema
Un gobierno con superávit fiscal reduce la presión sobre la demanda agregada, modera las importaciones y evita depender del financiamiento externo. Si, al mismo tiempo, la oferta monetaria se mantiene constante, se limitan los riesgos inflacionarios y se evita una depreciación desordenada.
Estos dos pilares —disciplina fiscal y estabilidad monetaria— fortalecen la credibilidad del régimen cambiario y reducen la necesidad de intervención del banco central. La estabilidad, entonces, no se impone: se construye.
¿Y el déficit comercial? ¿Es motivo de alarma?
No necesariamente. En regímenes con bandas, una depreciación dentro del margen permitido puede corregir desequilibrios externos sin intervención directa. Además, no todo déficit es sinónimo de debilidad. En economías en crecimiento, el aumento de importaciones puede reflejar inversión en maquinaria, tecnología o bienes intermedios: insumos para la expansión productiva.
La clave es que este déficit no esté acompañado de desequilibrio fiscal ni monetario. Si esos fundamentos permanecen sólidos, el sistema puede tolerar un déficit comercial sin desestabilizarse.
El peligro de acumular reservas innecesariamente
Comprar divisas para acumular reservas implica inyectar moneda local. Si no se esteriliza esta operación, se rompe el equilibrio monetario. Y si se decide esterilizar, se incurre en costos cuasifiscales —como el pago de intereses por instrumentos de deuda del banco central— que pueden afectar la sostenibilidad de la política fiscal.
Peor aún, acumular reservas sin justificación puede ser leído por el mercado como una señal de desconfianza en el régimen cambiario. Lejos de fortalecer la credibilidad, podría sembrar dudas sobre la verdadera autonomía del banco central.
Confianza, no acumulación
La enseñanza es clara: la fortaleza de un régimen flexible con bandas no está en el volumen de reservas, sino en la calidad de sus fundamentos. La combinación de responsabilidad fiscal y control monetario genera un entorno donde el tipo de cambio puede cumplir su función sin interferencias innecesarias.
Acumular reservas solo debe hacerse cuando hay vulnerabilidades estructurales claras. En caso contrario, lo más prudente es confiar en el propio sistema, dejar que las bandas operen, y concentrarse en mantener la coherencia entre la política fiscal y monetaria.
Reflexión final
La economía no siempre premia al más prevenido, sino al más coherente. En tiempos de incertidumbre, la confianza se gana con disciplina, no con acumulación. La paradoja del equilibrio no está en hacer más, sino en hacer lo correcto, en el momento justo.
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