Cuando hablamos del valor económico de los bienes que consumimos diariamente, es frecuente pensar en términos de costos: cuánto cuesta producirlos, cuánto tiempo y esfuerzo se invirtió en ellos, y cuáles fueron los recursos utilizados. Sin embargo, Carl Menger, uno de los grandes economistas del siglo XIX y fundador de la Escuela Austriaca, nos ofrece una visión completamente distinta y revolucionaria sobre este tema.
En su teoría de la imputación, Menger explica que el valor de cualquier bien económico no está determinado por sus costos de producción, sino por la utilidad que los consumidores le atribuyen. En otras palabras, son las preferencias y decisiones del consumidor las que otorgan valor real a los productos y, por extensión, a los recursos utilizados para producirlos.
Para entender mejor esta idea, pensemos en un sencillo ejemplo cotidiano: una taza de café. El valor económico de esa taza no está dado únicamente por el café molido, el agua caliente o la mano de obra que la prepara. Su valor proviene del deseo del consumidor, quien aprecia esa taza porque satisface una necesidad o deseo específico, como mantenerse alerta, disfrutar de un momento de relajación o simplemente saborear una buena bebida.
Así, Menger argumenta que el valor fluye del bien final hacia atrás, hacia todos los factores que contribuyeron en su producción. Esto significa que los recursos empleados, como los granos de café, el trabajo del barista, la maquinaria utilizada e incluso el local donde se sirve el café, obtienen su valor derivado, no de forma intrínseca, sino a partir del valor asignado por los consumidores al producto final.
¿Por qué esto es importante? Porque cambia radicalmente la forma en que entendemos la economía y los procesos productivos. Tradicionalmente, economistas clásicos como Karl Marx sostenían que el valor provenía del trabajo invertido en la producción. Bajo este enfoque, los costos y el esfuerzo determinaban el precio. Pero la visión de Menger rompe con esta lógica, colocando al consumidor como el actor central del mercado.
Este enfoque de Menger ayuda a explicar fenómenos económicos muy comunes. Por ejemplo, ¿por qué algunas materias primas incrementan su valor considerablemente cuando se descubre un nuevo uso o aplicación tecnológica? Sencillamente porque los consumidores comienzan a valorarlas más, aumentando así la demanda y elevando su precio. Un recurso antes considerado poco valioso puede convertirse rápidamente en esencial debido a las nuevas necesidades y preferencias de las personas.
De esta manera, el principio de imputación nos permite entender también cómo funciona el mercado laboral. El salario de un trabajador no solo refleja el esfuerzo físico o mental, sino también la valoración que los consumidores otorgan al producto o servicio que dicho trabajador ayuda a crear. Un diseñador gráfico puede tener ingresos más altos si el mercado valora altamente sus creaciones, mientras que otro con iguales capacidades podría ganar menos si sus diseños no son considerados valiosos por los consumidores.
Menger nos enseña que comprender la economía es mucho más que observar costos y cifras; se trata de entender profundamente las preferencias humanas. Este enfoque no solo explica mejor la realidad económica cotidiana, sino que también proporciona herramientas útiles para los empresarios, quienes pueden anticiparse mejor a las demandas del mercado, y para los responsables políticos, quienes pueden desarrollar políticas económicas más alineadas con las verdaderas necesidades y deseos de la población.
La teoría de la imputación no es solo un concepto académico; es una realidad práctica y cotidiana. En definitiva, Carl Menger nos dejó un legado invaluable que redefine el papel central del consumidor y sus preferencias en la economía.
Deja tu comentario ante la pregunta: ¿Las empresas privadas consideran la imputación de Menger o ponen sus precios basados en costos?
De acuerdo con la información adquirida, lo podemos llevar a la vida cotidiana, colocando como ejemplo las pinturas de arte, ya que sus usuarios estaran dispuestos a pagar por obras que se clmponencon materiales reciclados.
ResponderBorrarDependerá del comprador decidir si es arte o no, y valorará con su pago el nivel de la calidad de lo que compra. Un artista puede decir que su obra vale millones y no recibir un peso o dólar por ella, con lo que tendrá la medida justa de su trabajo.
BorrarNítido, su visión es más amplia que mía, es verdad dependerá del comprador si acepta el precio si o no, podría decirse que mi ejemplo no es preciso.
BorrarEl ejemplo es válido, el precio del producto no dependería del tipo de material, sino de la necesidad que satisface al consumidor.
ResponderBorrarComo en el arte, el verdadero valor lo pone quien está dispuesto a pagar. No importa cuánto cueste hacerlo, si no hay demanda, no hay valor. Menger lo tenía claro, el consumidor tiene la última palabra.
ResponderBorrarEn la vida cotidiana las empresas privadas no siguen del todo la teoría de Menger, aunque interesante como relevante, ya que estas empresas para determinar sus precios toman en consideración los costos de producción y la demanda del producto más que todo para obtener de una u otra forma beneficios. Cómo es el caso de las farmacéuticas, estás imponen precios que en muchos casos el consumidor no tiene la posibilidad de adquirirlo.
ResponderBorrarHay que entender de economía y de la subjetividad del consumidor. Hoy es más informado que antes, esto lo beneficia en su decisión de consumo.
BorrarBuenos días, me pareció interesante el punto de observar la preferencia del consumidor, el consumidor es el eje, por ser el comprador del producto a su gusto, pero creo que también depende de las empresa
ResponderBorrarPor supuesto, el trabajo de las empresas es acercarse lo más que pueda a entender el comportamiento del consumidor.
BorrarConcuerdo totalmente con su argumento. Un claro ejemplo de lo antes hablado es Iphone, celulares que ganan valor de acuerdo a la demanda del consumidor. Buena reseña.
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