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lunes, 7 de abril de 2025

Universidad para todos: el espejismo costoso del populismo educativo


Pocas ideas han calado tan hondo y han hecho tanto daño como la consigna de que “la universidad debe ser para todos”. En apariencia es una propuesta inclusiva, progresista, casi irrefutable. Pero en la práctica, ha sido una de las apuestas más ineficientes y costosas para el Estado y la sociedad. Bajo el amparo de esta lógica, miles de jóvenes terminan en aulas universitarias no por vocación ni por mérito, sino porque el sistema (y la cultura que lo sostiene) les ha hecho creer que esa es la única vía legítima de movilidad social.

La realidad, sin embargo, es otra: según datos del NEC (2024), el 28% de los desempleados del país tienen título universitario. Un dato alarmante que revela no solo la desconexión entre la oferta académica y el mercado laboral, sino también la enorme inversión pública que se desperdicia formando profesionales que no responden a ninguna necesidad real del aparato productivo.

Mientras tanto, sectores clave de la economía (industria, servicios técnicos, logística, tecnología aplicada) padecen una escasez crónica de mano de obra calificada. ¿Por qué? Porque se ha despreciado la formación técnica en favor de una sobrevaloración del título universitario, como si todos tuvieran que ser ingenieros, abogados o comunicadores para tener valor social.

Desde una mirada liberal, esto no solo es un error económico: es una distorsión profunda de los incentivos. En lugar de fomentar libertad de elección, competencia, eficiencia y responsabilidad individual, se ha promovido una falsa igualdad que ignora las preferencias, las capacidades y las demandas del mercado. El resultado: un sistema que produce frustración, subempleo y gasto público improductivo.

La solución no está en cerrar las universidades, sino en redefinir su propósito: deben ser espacios de excelencia, meritocracia y vocación, no centros de distribución de títulos vacíos. Y el acceso debe estar orientado por criterios de desempeño, compromiso y potencial, no por cuotas políticas ni aspiraciones generalizadas que ignoran la realidad del empleo.

Al mismo tiempo, urge reivindicar la educación técnica y tecnológica como un camino válido, eficiente y muchas veces mejor remunerado. Preparar a las personas para satisfacer las demandas reales del mercado no es someterlas, es empoderarlas. Es permitir que el talento y la productividad florezcan donde hacen falta, y no donde los discursos ideológicos los quieren encerrar.

En una sociedad verdaderamente libre, no se impone un modelo único de éxito. Se abren caminos diversos, se respeta la elección individual y se reconoce que el conocimiento útil es aquel que resuelve problemas reales. Hoy más que nunca, necesitamos menos populismo educativo y más libertad para formar, trabajar y decidir con sentido.


Por: Econ. Luis Cedillo-Chalaco, MSc.

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2 comentarios:

  1. Excelente analisis, he ahí la necesidad de que las universidades preparen a verdaderos profesionales, gente que en realidad esté consiente de lo que significa ser un profesional, muchos de los estudiantes universitarios están ahí solo por cumplir con una obligación más que por un gusto o necesidad verdadera!!

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