Por: Venezuela Libre
Hace unos años, durante una caminata por un mercado popular en Guayaquil, escuché a un hombre decir con convicción: “Aquí uno trabaja, se esfuerza… pero si no estás con los políticos, no llegas a nada.” Sus palabras me dejaron pensando. ¿Qué tan cierto es eso? ¿Y cuánto influye esa forma de pensar en nuestras decisiones políticas?
En América Latina, nuestras elecciones políticas no solo se deciden en las urnas, sino también en nuestras creencias más profundas. Las ideologías que dominan la región no surgen en el vacío: están moldeadas por factores socioeconómicos, culturales y psicológicos que nos atraviesan desde la infancia.
Uno de esos factores, poco mencionado pero muy poderoso, es el locus de control externo. Se trata de una creencia psicológica según la cual los acontecimientos de nuestra vida no dependen de lo que hacemos, sino de factores fuera de nuestro alcance: el destino, la suerte, la política, los poderosos. Quienes piensan de este modo suelen sentirse a merced del sistema y, muchas veces, impotentes frente a él.
No es difícil entender por qué esta idea ha calado tan hondo en nuestros pueblos. Nuestra historia ha estado marcada por crisis económicas, corrupción, pobreza y promesas incumplidas. En ese contexto, no sorprende que muchas personas, cansadas y frustradas, busquen soluciones colectivas o idealistas, y depositen su esperanza en líderes, caudillos o sistemas que prometen cambiarlo todo desde arriba hacia abajo.
Aquí es donde entra un concepto muy interesante: el complejo de Fourier, descrito por el economista Ludwig von Mises. Él observó cómo algunas personas, ante sus fracasos o limitaciones personales, idealizan el socialismo o cualquier sistema colectivista como la única salida posible. Para quienes tienen un locus de control externo, la idea de que “el sistema” es el culpable de sus problemas es mucho más fácil de aceptar que asumir una responsabilidad individual.
Pero atención: no se trata de culpar a nadie ni de simplificar un fenómeno tan complejo. Porque es verdad que, en muchos casos, las estructuras sociales sí limitan el progreso individual, y que la intervención estatal es necesaria para corregir problemas históricos.
Sin embargo, también es necesario abrir el diálogo: ¿hasta qué punto nuestras decisiones políticas están guiadas por una visión fatalista del mundo? ¿Qué pasaría si fomentáramos una cultura del locus de control interno, donde cada persona se sintiera capaz de cambiar su destino y no de esperar la mano del Estado?
Las preferencias políticas en América Latina no son el resultado de un solo factor. La historia, la cultura, la educación, la economía y nuestras propias creencias se entrelazan para formar un entramado complejo y a veces difícil de entender. Pero si queremos comprender hacia dónde va nuestra región, necesitamos mirar también hacia adentro, hacia esas ideas invisibles que nos mueven sin que lo notemos.
Porque quizá, solo quizá, el verdadero cambio comience cuando dejamos de preguntar “¿Quién tiene el control?” y empezamos a decir: “Yo también lo tengo y puedo hacer los cambios con esfuerzo y trabajo.”
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