La crisis migratoria en América Latina ha sido analizada desde múltiples ángulos, pero hay una verdad incómoda que muchos prefieren ignorar: la culpa no es de los países que reciben a los inmigrantes, sino de los gobiernos ineficientes y corruptos que los obligan a huir. La narrativa predominante intenta centrar la discusión en la falta de políticas de acogida o en las dificultades de integración en los países receptores como Estados Unidos, Argentina, Ecuador, Perú o Colombia, cuando el problema real está en el origen: los regímenes fracasados de Cuba, Venezuela, Nicaragua, Honduras y México.
Gobiernos que expulsan a sus ciudadanos
La historia es clara: cuando un país ofrece oportunidades de empleo, estabilidad y seguridad, su población no busca escapar desesperadamente. En cambio, cuando una nación es gobernada por líderes incompetentes, autoritarios y corruptos, la migración se convierte en la única opción para sobrevivir.
Cuba ha sido un cementerio de oportunidades desde la Revolución de 1959. El modelo socialista impuesto por los Castro y ahora por Díaz Canel sigue destruyendo la economía y condenando a generaciones enteras a la pobreza y la represión. Hoy, miles de cubanos siguen arriesgando sus vidas en el mar, prefiriendo enfrentar la incertidumbre antes que seguir bajo el yugo de un Estado que no les ofrece futuro y que todos los años dice, que ahora sí cambiará todo.
Venezuela, que alguna vez fue el país más próspero de Sudamérica, el de las más grandes reservas de petróleo del mundo, es hoy un desastre humanitario. Las políticas de Hugo Chávez y Nicolás Maduro han devastado la economía, generado hiperinflación y empujado a más de 7 millones de venezolanos a abandonar su hogar. Mientras tanto, el régimen sigue en el poder, blindado por la represión y el saqueo de recursos públicos. Incluso ya no se puede pensar en una vía democrática para salir del Madurismo, las recientes elecciones confirman la hipótesis que no hay salida con votos.
Nicaragua no se queda atrás. Daniel Ortega ha convertido el país en un feudo personal, persiguiendo a la oposición, a curas, oenegés y a todo el que no defienda los afiebrados deseos de la pareja presidencial. Censuran a la prensa y destruyen la economía de millones de nicaragüenses. La migración de nicaragüenses hacia Costa Rica y EE.UU. es una prueba de que su gobierno ha fracasado en garantizar un mínimo de dignidad para su pueblo.
Honduras es un caso paradigmático de corrupción y desgobierno. Décadas de impunidad y mala administración han convertido a este país en una fábrica de pobreza y violencia. Las caravanas migrantes no se forman porque la gente quiera "el sueño americano", sino porque el Estado hondureño les ha negado cualquier posibilidad de progreso. Los mismos migrantes conceden el voto a Xiomara Castro de extrema izquierda y sin mayores credenciales de éxito, que ser la mujer de un extremista como Manuel Zelaya.
México, desde el gobierno de Andrés Manuel López Obrador al de Claudia Sheinbaum, sumada a esta lista. A pesar de su retórica populista, la realidad es que la inseguridad, el desempleo y la falta de oportunidades han llevado a más mexicanos a migrar a EE.UU. en los últimos años. La crisis económica post-pandemia y la creciente influencia del narcotráfico han convertido al país en un terreno hostil para su propia gente, haciendo que los presidentes de izquierda se hagan de la vista gorda con las mafias narcocriminales.
La migración no es la solución, es el síntoma
Los países receptores de inmigrantes enfrentan sus propios problemas, pero no pueden ni deben cargar con la irresponsabilidad de los gobiernos que expulsan a su gente. Mientras Cuba, Venezuela, Nicaragua, Honduras y México sigan gobernados por líderes ineficientes y corruptos, la migración seguirá aumentando.
Los regímenes fallidos han convertido la emigración en su mejor estrategia de supervivencia: mientras menos ciudadanos tengan que alimentar, menos protestas enfrentan y más remesas reciben. Es un círculo perverso donde los únicos que pierden son los ciudadanos que se ven obligados a dejar atrás su hogar, su cultura y sus familias.
Si queremos frenar la crisis migratoria, debemos empezar por exigir responsabilidad a los gobiernos de origen. De lo contrario, seguiremos viendo éxodos masivos, con las mismas víctimas y los mismos culpables de siempre.
Sígueme y deja tu comentario a la pregunta: ¿Se deben poner impuestos a los países que son productores de inmigrantes y que envían criminales?
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